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Madre, espejo de creencias: sanando lo aprendido para volver a lo esencial

En el mes de la madre, celebramos a quienes nos dieron la vida, nos formaron y nos enseñaron, muchas veces sin palabras, cómo mirar el mundo. Pero también es una oportunidad para mirar hacia adentro y preguntarnos:¿Cuántas de nuestras creencias más profundas vienen de nuestra madre? ¿Y cuántas de ellas hoy aún nos representan?


La primera voz que nos habitó

Desde que nacemos, absorbemos todo lo que nos rodea. No elegimos nuestras primeras creencias: las heredamos. Las aprendemos observando cómo nuestra madre —o figura materna— enfrentaba la vida: cómo se relacionaba con su cuerpo, con el dinero, con el amor, con la autoridad, con la soledad.


De niñas y niños, no cuestionamos. Solo integramos. Así, lo que para mamá era verdad, para nosotras también lo era.


“Primero los demás.”“Hay que sacrificarse por amor.”“El mundo es un lugar difícil.”“Ser fuerte es no mostrar emociones.”


Esas frases se convirtieron en guiones internos que hoy siguen dirigiendo muchas de nuestras decisiones.


Honrar no es repetir

Sanar la relación con la madre no significa juzgarla ni señalar errores. Significa reconocer que todos actuamos desde lo que sabemos, y que ahora es nuestro turno de discernir:👉 ¿Esta creencia me acerca a quien realmente soy, o me aleja?

Podemos agradecer la enseñanza… y elegir distinto.Podemos honrar la historia… sin repetir el patrón.


Este es el verdadero acto de amor maduro: agradecer lo recibido y liberar lo que ya no nos pertenece. Porque mamá fue el canal que nos trajo al mundo, pero tú eres quien decide cómo habitarlo.


En este mes, te invito a hacerte una pregunta:

¿Qué creencia heredada de mi madre ya cumplió su ciclo en mi vida?

Escúchate. Escríbelo. Obsérvalo sin juicio.Tal vez ahí comience una nueva forma de amor: una más libre, más tuya, más verdadera.



 
 
 

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