El discernimiento y el juicio
- Busca tu verdad

- 6 may
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Una de las claves más poderosas en el camino del despertar es aprender a distinguir entre dos facultades que, aunque pueden parecer similares, operan desde lugares muy distintos dentro de nosotros: el discernimiento y el juicio. Ambos implican evaluar, observar, decidir, pero uno proviene de la claridad interior y el otro del condicionamiento mental.

El juicio nace de la mente programada. Esa parte de nosotros que ha sido moldeada por las experiencias pasadas, por la sociedad, por la cultura, por la familia. Cuando juzgamos, lo hacemos desde un sistema que clasifica, que separa, que etiqueta lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo deseable y lo inaceptable. El juicio opera desde una lógica dual, lineal, que nos encierra en comparaciones y nos desconecta de la totalidad. Juzgar no solo a los demás, sino también a nosotros mismos, nos mantiene atrapados en la ilusión de la separación, en la necesidad de defender una identidad.
El juicio es una trampa mental. Aunque puede parecer que nos protege, en realidad nos limita. Cada vez que juzgamos algo o a alguien, estamos proyectando nuestras propias creencias no revisadas, nuestras heridas no sanadas, nuestros miedos más profundos. El juicio no observa, reacciona. No entiende, califica. No ama, condiciona. Y al hacerlo, nos impide ver con claridad, porque lo que vemos está filtrado por todo aquello que aún no hemos sanado.
En cambio, el discernimiento nace de una conciencia más elevada. Es la capacidad de ver con profundidad, más allá de las apariencias, de las máscaras, de las formas. El discernimiento no separa, integra. No etiqueta, comprende. No juzga, observa. Es un acto de conexión con la verdad interior. Surge cuando estamos en presencia, cuando podemos escuchar sin necesidad de responder de inmediato, cuando podemos sentir sin ser arrastrados por la emoción, cuando podemos ver sin distorsionar.
El discernimiento es silencioso. No necesita defenderse, ni imponer su punto de vista. No busca tener razón, sino comprender. Es una brújula interna que nos guía sin ruido, sin drama, sin conflicto. Nos ayuda a identificar lo que es auténtico para nosotros, aunque no lo sea para otros. Nos permite reconocer la voz del ser, esa que se expresa sin urgencia, con certeza, con calma.
Aprender a discernir es un acto de autoamor. Porque solo cuando dejamos de juzgarnos podemos comenzar a vernos con honestidad, con compasión, con aceptación. Y cuando dejamos de juzgar a los demás, abrimos espacio para relaciones más libres, más verdaderas, más humanas.
En este camino, descubrir la diferencia entre juicio y discernimiento es esencial. Porque no se trata de vivir sin evaluar o sin decidir, sino de hacerlo desde un lugar que no esté contaminado por el miedo, el ego o la necesidad de control. Se trata de aprender a ver con los ojos del alma, no con los lentes empañados de la mente condicionada.
Solo así podremos reconocer nuestra verdad. No la verdad impuesta, ni la aprendida, ni la que nos repitieron tantas veces que terminamos creyendo. Sino la que emerge del corazón, de la conexión con el ser, de la experiencia directa con la vida. Esa verdad que no necesita explicación, porque se siente. Que no necesita defensa, porque simplemente es. Esa verdad que no divide, sino que une. Que no encierra, sino que libera.
El discernimiento es un acto de libertad.
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